Por Jennifer Barillas
Nadie conoce el nivel de represión al que ha sido sometido hasta que vive el contraste de las libertades.
Hace muchos años, mientras hacía mis horas sociales de la Universidad para graduarme, tuve la elección de ayudar durante las misas de domingo o participar en el departamento de comunicaciones de una asociación feminista. Y como estudiante de periodismo siempre buscaba el contraste de perspectivas, así que decidí servir en la asociación feminista.
Una de las lecciones más valiosas que aprendí ahí y de la que siempre estaré agradecida es reír desde el alma y del corazón.
Estudié en un colegio católico y crecí en una familia bastante tradicional en cuanto a las reglas patriarcales. Así que no era bien visto que una niña pudiera tirarse una sonora carcajada, de esas que dejan salir hasta el último milímetro cúbico de aire de los pulmones y que pasa dejando una estela sonora como la que los tenores imprimen por todo el espacio.
Estamos tan encostrados, tan cubiertos de pesadas corazas de lo que es adecuado y aceptable que no nos damos cuenta que la autenticidad es un tesoro preciado, que tiene su precio, pero que vale la pena ir a por ello.
“Niña, no se ría así, tápese la boca, aprenda a reírse, no haga tanto ruido”… y crecí pensando que existe una forma correcta de reírse. No entendía por qué los hombres son libres hasta para reírse, pero a mí me veían mal si lo hacía. Y es tan irónico que aún, hace un par de semanas me encontré a una beata en internet que decía exactamente lo mismo, que las mujeres decentes no se ríen abiertamente, que eso lo hacen las malignas. Lo absurdo de su juicio me liberó una carcajada que sentí que hacía vibrar las paredes de mi casa.
UNA RISA CON ADN
Una tarde de mis horas sociales en la asociación feminista, cuando la algarabía de la oficina había pasado, porque siempre estaba llena de mucho movimiento, me quedé entre el silencio y mi ordenador haciendo unas tablas dinámicas para acompañar un reporte. Y sentí desde el otro lado del pasillo el estruendo de una carcajada que parecía la de una bruja de Disney, cuando acaba de cometer una fechoría.
Al principio mi cuerpo reaccionó con la tensión que viene de sentirse asustada, luego me dio risa darme cuenta de mi respuesta corporal y cognitiva. Y salí de mi cubículo para ver de quién se trataba, a medida que avanzaba por el pasillo comencé a sentir como cambiaba de la cuiosidad a la pena, pues no tiene nada de malo reírse así, y regresé a mi lugar.
Luego del susto comencé a razonar y me di cuenta que las risas genuinas están conectadas a personajes negativos,a mujeres indignas, por lo menos lo aprendí así. ¿Porqué me regañaron tanto para aprender a reírme, por qué me decían que las señoritas no se reían así?
Una profesional en leyes, una mujer joven de unos treinta y cinco años era la dueña de ese trueno convertido en risa. No recuerdo su nombre, yo le pondría Victoria, si se tratara de un personaje literario, aunque afortunadamente ella es real.
Al final creo que su nombre no importa en este escrito. Pero al siguiente día pregunté quién era la fémina que se tiraba esas carcajadas y me dijeron que era fulana de tal, una de las abogadas del equipo.
Entonces entendí que esa mujer no solamente conocía sus derechos civiles, sino también los sicológicos y espirituales, porque una mujer que no le teme a las represiones socialmente aceptadas se ríe como le sale del alma y del corazón.
Sentí lo genuino de su risa, lo irrepetible y único, aprendí que la risa, tiene su propio ADN.
EL CAMINO A LA AUTENTICIDAD COMIENZA CON ALGO PEQUEÑO.
Entonces entendí que la risa no es mala, que reírse tal y como se siente es liberador y tenía que comenzar por reírme de forma genuina, como yo me sintiera.
Para mí la voz, tanto como la risa, son tan precisas y auténticas como el código genético. Por eso vale la pena defender este derecho de reírnos libremente, como nos sale de adentro, de la manera más personal y única, y que no tiene sentido, ni lógica reprimir y amoldar algo tan hermoso.
Y fue tan divertida y redentora la experiencia que lo trasladé a los estornudos. Ahora estornudo con el alma y francamente, creo que por eso me enfermo raras veces, porque permito que de mi cuerpo salgan las cosas de la manera más natural y libre.
Pasó el tiempo, y volví a reír con todos los pulmones y el alma. Me reí de una tontería, no necesitaba haber hecho nada malo, porque la maldad que le imprimen a la risa liberada es problema de otros, no mía.
Y desde ese entonces, no importa si estoy escuchando una homilía donde dice algo gracioso un sacerdote, no importa si río en una reunión familiar, o converso con una persona nueva que refleje autoridad, mi risa se presenta tal y como es; libero el aire, libero el espíritu desde adentro y me siento expandida, genuina; pero también callo y rompo, y quiebro con ello, un milímetro del muro de granito hecho hace milenios atrás.
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Comments
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Evelyn Barraza On julio 28, 2023 at 8:11 am
Excelente escrito mi amiga, cada día te admiro más y definitivamente concuerdo, porque soy de las que la gente mira para ver quien se tira tremendas carcajadas y a veces me ven como bicho raro, pero tarde o temprano las contagio y comienzan a reír donde se dan cuenta que me seguiré carcajeando le pese a quien le pese. jaja
Jennifer Barillas On julio 30, 2023 at 3:41 pm
Que hermoso encontrarte y que hayas resonado con el escrito. Seamos felices de reír de la forma más genuina porque al final, es el camino a una vida auténtica y tu sin duda lo eres!