Por Jennifer Barillas.
¿Debo despedirme de mi ropa de joven? Una pregunta válida a mis cuarentas.
El año pasado, durante la cuarentena, mientras limpiaba mi armario me pregunté, ¿Debo despedirme de mi ropa de joven? Tiendo a regalar ropa con facilidad. Guardo lo necesario. Pero vi que al fondo había piezas que por alguna razón me resistí a regalar. Esas piezas que me hacían sentir confiada, linda, que estoy llena de vida. Me gusta el rojo, me gustan los colores vivos.
Vi un vestido tallado, no ceñido, sin mangas. Pensé, mis brazos no son igual que hace diez años. El tema de los brazos de las mujeres es todo un asunto del que se podrían hacer hasta películas, pero digamos que entre mujeres es un tema.
A mi mente vino el pensamiento, dedica una hora más en el gym, y ahí mismo me dije «no gracias».
Se que muchas mujeres en mi década pasan sus mañanas en el gimnasio o se enlistan en cualquier cantidad de retos deportivos, lo que considero admirable. Pero me apasionan otras cosas que no son el deporte, me mantengo activa por salud, pero no es mi objetivo tener el six pack, ganar medallas deportivas. Soy activa por mantenimiento y hasta ahí. Pero puedo pasar horas y semanas, meses apasionada por una nueva certificación sobre mi área, o devorar libros sin pensar en cuántos eran en total, eso y muchas otras cosas.
Quiero disfrutar mi edad cuidando de mi salud sin obsesionarme con que el envejecer es algo malo, que morir es algo malo y trágico, que envejecer es algo con lo que se debe luchar. Creo que no lucho contra mi edad, vivo mis hábitos de la forma más saludable sin ponerle pelea al tiempo que irremediablemente pasa. Por eso creo que más me vale gozarlo.
Ahora en mis cuarentas mi cuerpo ha cambiado, mi vida ha cambiado. Mientras miraba esa ropa me di cuenta de que más allá de si me tallaban o no, era la idea de sentirme cómoda luciendo así, en una década que está tan estigmatizada.
Entonces hice una distinción: esa ropa la conservo porque me sigue gustando todavía, no porque voy a lucir igual que hace diez años.
Los prejuicios, los comentarios que desde mi niñez escuché sobre las cuarentonas no dejaban de girar y dar vueltas en mi cabeza. El comentario favorito de mi papá era «ese cambió a la de cuarenta por dos de veinte». No fue el único que escuché que lo mencionara, pero que saliera de su boca tenía otro significado para mí.
El machismo de que una mujer es cambiable ha ido perdiendo fuerza ya que las mujeres de ahora somos más independientes económicamente y en otras áreas de la vida. Por fortuna, mi mamá siempre fue proveedora y muy independiente, su gran ejemplo me ayudó mucho a darme cuenta de que a los cuarenta uno puede reinventarse varias veces.
Llevar una vida saludable en hábitos y manera de conducirnos en la vida no es sinónimo de vivir para verse joven. Vivir para disfrutar la vida no es para todos la misma cosa. Para mí, dedicar una o dos horas más en el gimnasio todos los días no me haría más feliz, esa es mi decisión personal, por lo menos así lo creo hasta hoy.
Las horas que dedicamos a una cosa, irremediablemente es el mismo tiempo que no le dedicamos a otra. Por eso, creo vital ver en qué invertimos nuestro tiempo diario.
He vivido mis propios sesgos y paradigmas con respecto a envejecer. De hecho, anoche conversaba con una colega y reíamos a carcajada sonora. Le mostré mi acto de valentía dejando mis canas crecer unas semanas y le dije «a ver cuánto aguanto», ella me dijo «yo también lo he intentado antes». Si alguien más nos hubiera visto parecería que hablábamos de dejar un vicio o una adicción, ¡pero estábamos hablando de las canas!
Ambas pasábamos unas semanas sintiéndonos valientes al dejar las canas crecer para luego decir ¡al diablo!, no estoy lista para enseñarlas y las volvíamos a teñir. Ella vive en Estados Unidos, nos acabábamos de conocer, pero ese tema en común saltó y me di cuenta que esas cosas cotidianas nos unían. Apuesto a que eso me une a millones de otras cuarentonas en todo el globo.
El ejemplo habla más que mil palabras.
Hace un par de semanas mi mamá se puso un vestido que lucía durante sus cincuentas. Ahora tiene 74 y sigue luciendo con orgullo su figura, algo que para mí es una gran lección de vida. Amar nuestro templo, cuidar de él y adornarlo es importante.
Mi papá, quien ahora no articula palabras con facilidad, solo levantó las cejas y le hizo un gesto de picardía, que todos sobreentendimos y reímos. “Ya se de donde viene esto” me dije en la mente, mi mamá a sus setentas tampoco deja ir la vanidad femenina. Y me sentí aliviada al pensar que parte de sentirnos vivas es ponernos algo con lo que nos sentimos bien. El cuerpo que habitamos en este mundo y en este tiempo es un regalo.
Me di cuenta que mi mamá no se había deshecho de ese vestido con tirantes de spaguetti, escote de corazón, ceñido al cuerpo, y aunque un pequeño bulto bajo el ombligo saltaba, no era razón para dejar de usarlo. De hecho, ese “bellly pouch” también lo tengo yo, cosa con la que me atormento más que ella.
Creo que puedo darme el permiso de ponerme lo que quiera, siempre y cuando me sienta libre y feliz. Sin importar si esas piezas están de moda o no, de si ya no luzco igual. Me daré el permiso de despedirme de aquello con lo que ya no resuene, ni me represente.
Hay telas que no volvería a utilizar, hay estilos que no volvería a ponerme, no por mi edad, sino porque mis gustos han cambiado. Eso creo que es lo fundamental.
Aceptar que mis gustos han cambiado ahora significa que me pondré lo que hoy deseo para mí. Y si eso implica tirar ropa de una década pasada bienvenido sea. O si deseo dejar una pieza que disfruto, se quedará ahí y punto.
El tiempo no será mi parámetro, lo será mi felicidad.