Por Jennifer Barillas.
Ahora creo que antes del hábito estás tú. Por muchos años pensé que si cambiaba mis hábitos cambiaría mi vida. Recuerdo que durante la universidad me impactó el libro de Stephen Covey, Los 7 hábitos de las gente altamente efectiva. Es un libro magnífico y no se cuantas veces lo leí porque en verdad estaba convencida que en esencia la raíz del cambio estaba en los hábitos.
Cuando me casé compré el libro de la versión familia, y sigo creyendo que es una magnífica elección para familias recién formadas o con muchos años. Todos esos principios son muy útiles.
Con el paso del tiempo vamos moldeando y tomando aquello que consideramos nutritivo, para las distintas áreas de nuestra vida. Y ahora con el coaching veo que más allá de los hábitos primero hay que trabajar el ser, la persona. Cuando enfocamos nuestra atención a herramientas y factores externos como generar nuevos patrones de conducta olvidamos una pregunta fundamental.
¿Qué tan dispuest@ estás a cambiar de manera irreversible?
Cuando estamos demasiado identificados con quienes somos hasta ese momento creamos una resistencia tan sólida como una armadura. Ese disfraz que pensamos que es nuestra identidad. No nos detenemos a preguntarnos ¿Quién sería yo sin esta forma de pensar y actuar?
Lo más común es adquirir algo para lustrar más la armadura, o algo para protegerla, pero no nos deshacemos de la armadura. No estamos pensando en quien habita y viste esa armadura.
En mis momentos de coaching he podido ver en los ojos de las personas cuando hay una disponibilidad al cambio, hay un deseo de renunciar a la apariencia, a lo que pensaban que eran, y se disponen a renacer. Mi interpretación de un proceso de coaching es ese, el de darse la oportunidad de ser quien eres por decisión propia, con consciencia.
¿Por qué habría de confiar en un cambio tan radical?
En primer lugar porque en el proceso nadie buscará cambiarte, se trata siempre de ti, y los pasos los darás a tu velocidad. Sin embargo, si has experimentado problemas, frustraciones y resultados dolorosos, es bueno darte espacio a que te hagas la pregunta de si esa versión de creencias desgastadas y muchas veces adoptadas; no creadas por ti, son lo que funciona.
Mientras escribo estas líneas son preguntas que aprendí ha realizarme a mí también. No tendría el valor de escribir cosas como esta sin haberme enfrentado a mi propio espejo interno. Sigo trabajando cada día en deshacerme de la armadura y conocer mejor a la portadora.
La resistencia al cambio es natural, estamos cableados para buscar constantemente la seguridad, porque hace milenios, cuando el ser humano habitaba las cavernas, significaba sobrevivencia. Ahora esa sobrevivencia también está en el deseo de no salir lastimado en el plano emocional y físico. Y por ello, es que seguimos utilizando ese viejo cableado de atacar o escapar. Sin embargo, nuestra vida no está en peligro como el hombre de las cavernas. La caverna de ahora son esas viejas creencias, que nos mantienen atrapad@s.
Los viejos patrones nos impiden llegar a nosotros mismos, a nuestra esencia, a quien porta la armadura, a quien lleva y, a veces a cuestas, esa pesada carga de creencias aprendidas desde la infancia, durante la juventud y todavía en la adultez. Por mucho que pese, nos hemos acostumbrado a no cuestionarnos cómo sería una vida más liviana, una vida dejando caer, por piezas, ese peso adquirido.
Es más sencillo salir corriendo a buscar un nuevo hábito, algo que lustre mi armadura, algo que la haga verse mejor para el mundo, algo que la haga rechinar menos con la prisa de la vida. Calibrar la armadura, retocarla, y darle un lindo mantenimiento es no cambiar, es mejorar lo que ya está.
Hemos pasado tanto tiempo lustrando la armadura, cuidando que no se oxide que nos hemos apegado a ella, creemos que es parte de nuestra identidad.
Cada persona genera sus propios cambios. Hay un proceso de renuncia y luto cuando nos damos cuenta que no éramos quien pensábamos que éramos. Pensar que vivíamos una ilusión, y que encima es impermanente, porque desde el momento en que adoptas una nueva perspectiva te das cuenta de que no era un concepto eterno o permanente.
Es más fácil, mucho más fácil enojarse con las armaduras ajenas, es tan sencillo identificarlas. Todo aquello que no nos pertenece, que no es parte nuestra es muy sencillo de distinguir, de criticar, separar de nuestra presencia. No así, la tarea que no sólo implica gran valentía, sino también fe en que tendremos la fortaleza de renacer en un cambio y no morir en el intento.